Desde La Miel en tu radio tenemos el agrado de compartir la nota leida y escrita por Mariana Docampo para la presentación de «El guardián de la colmena», libro de poesía de nuestro conductor y periodista Leandro Frígoli recientemente publicado por la editorial Abisinia.
Mariana Docampo leyendo la presentación en compañia de Fredy Yezzed de la Editorial Abisinia
Leandro está trabajando conmigo un cuento que se llama «La pasión de una apicultora». El relato hace foco en el momento en que una joven mujer decide quedarse a vivir en el campo que heredó de su tío para dedicarse a la apicultura, una vocación que viene postergando desde hace mucho tiempo. El obstáculo que tiene que transponer no es menor: la incomprensión del hombre que ama, y sabe que cumplir su deseo llevará a la ruptura de la relación.
El argumento es simple, y está distribuido en una trama también simple: Un viaje en auto que emprende la pareja, de la ciudad al campo, y en el que se da lugar una conversación.
Tan simples son argumento y trama que se vuelve necesario tensar la información en el diálogo de manera eficaz, a riesgo de que el interés del lector sucumba.
A mí me resulta desafiante acompañar el proceso de composición de un cuento así, hermoso y difícil, precisamente, por la sutileza de lo que quiere transmitir.
Yo, que confieso ser compleja para pensar, incluso para sentir, y muchas veces -también- para escribir, admiro el trazo simple de Leandro. Me lleva a pensar en los haikus, esa forma japonesa que apuesta a la síntesis, a la profundidad y a la experiencia. Leandro escribe -además- de una manera despojada, con una sintaxis directa, sin oscuridades ni pliegues. Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, dijo Gertrude Stein.
Fredy Yezzed, Mariana Docampo, Leandro Frígoli y Romina Funes
en los preparativos del evento
A mí me gusta mucho «La pasión de una apicultora», el cuento -todavía en ciernes- de Leandro que acabo de citar, y lo menciono aquí porque comparte el espíritu y el estilo (en el sentido proustiano de «cualidad de la visión») de este grupo extraordinario de poemas que forman «El guardián de la colmena», su primer libro de poesía, y que -noto- cayó al pasto como una fruta que se soltó sola de la rama cuando alcanzó la maduración perfecta.
Un libro comprometido con la ecología, y con el amor, palabra que no tantos se animan a usar en la literatura y que Leandro emplea de una manera franca: amor al trabajo, amor a las abejas, amor a las personas.
El guardián de la colmena tiene tres partes: «La memoria del cuerpo», «Los días del apicultor», «Párrafos de una dulce compañía». También podría tratarse de tres libros distintos, los últimos (uno en verso libre, el otro en prosa) abordan la relación entre las abejas y el apicultor, o mejor podría decirse, el poeta-apicultor-amante, que habla con las abejas, se enamora de ellas, o incluso les pide auxilio en momentos de desconsuelo.
Dice el poema:
«Alfonso Cantieri le habló, como si fuera una hija, acerca de sus hallazgos, de su diabetes, de su difunta esposa; y le confesó la terrible soledad que lo anegaba. La abeja, como un pequeño dios, escuchó compasivamente, luego voló sobre él y hundió su aguijón en el hombro. Alfonso Cantieri aquella tarde pasó de la siesta al descanso nocturno y de la noche a una larga indiferencia. En el sueño zumbaban las abejas mientras se alejaba bajo los almendros.»
Solo el poeta-apicultor es capaz de hablar la lengua de las abejas («el idioma despojado de los zumbidos», dice un poema). No traduce a los lectores eso que dicen las abejas, excepto a veces («aquí dentro hay alcohol y pena de amor», «tus labios son dulces como mi polen»), sino que entabla con ellas diálogos de sonidos, gestos y movimientos «ruidosos y espirituales» («Ellas danzan sin dirección/dibujando el signo en la vigía/de una procesión religiosa»). El poeta apicultor es un Orfeo que habita dos mundos, el humano y el animal, es puente entre esos dos reinos y posa la mirada sensible no en el mundo natural sin el cual, la humanidad desaparecería, sino en el lazo de amor con él.
«Solo el hombre de vez en cuando entiende el canto de la abeja y la estrella -dice Leandro-. Toma un sorbo de mate y se encuentra en la soledad más desnuda».
«El guardián de la colmena» lleva además un título hermoso, que habla de un poeta comprometido con lo que dice. Un poeta que defiende y cuida a esos pequeños animales que, a su vez, mantienen el equilibrio de la Tierra.
El poeta denuncia al político que se enriquece con ellas, esclavizándolas:
«Qué paradoja tan absurda, pienso y me pregunto: ¿Es éste el mismo hombre que se enriqueció gracias al sudor de las abejas? Recuerdo que hace unos años trabajé con este haragán, miraba a las abejas como un objeto sin vida. Cuando una abeja muere de hambre anuncia una tierra de ceniza».
En estos días en los que todo podría volver a colapsar de un momento a otro, donde con impunidad se hacen estallar glaciares al aire libre y se llevan a cabo vergonzosas extracciones en montañas y animales, se vacían los causes de los ríos y se envenenan los mares, este libro es un tesoro. Por la belleza de su escritura, por la belleza de lo que dice, por la belleza de lo que protege.
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